Niños feroces
Lorenzo Silva
Autor: Lorenzo Silva
Editorial:
Destino, 2011
Encuadernación:
Tapa blanda
Páginas: 350
PVP: 19,00 €
LORENZO SILVA
Esto es lo que la editorial nos cuenta
del autor:
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ha escrito, entre otras, las
novelas La
flaqueza del bolchevique (finalista
del Premio Nadal 1997), Noviembre sin violetas, La sustancia interior, El
urinario, El ángel oculto, El nombre de los nuestros, Carta blanca (Premio Primavera 2004), Niños feroces, Música para feos y Recordarán
tu nombre. En 2006 publicó junto a Luis
Miguel Francisco Y
al final, la guerra, un
libro-reportaje sobre la intervención de las tropas españolas en Irak y en
2010 Sereno en el peligro. La
aventura histórica de la Guardia Civil (Premio Algaba de Ensayo). Además, es autor de la
serie policíaca protagonizada por los investigadores de la Guardia Civil
Bevilacqua y Chamorro. Con uno de sus títulos, El alquimista impaciente, ganó el Premio Nadal 2000 y con otro, La
marca del meridiano, el Premio Planeta 2012. Desde
2010, es guardia civil honorario.
En este blog puedes encontrar reseñadas
las siguientes novelas de este autor:
-Suad
ARGUMENTO de
NIÑOS FEROCES
«Soy un hombre que habla a través de otro hombre que habla a través de otro hombre que habla a través de otro hombre. O casi».
Con este enredo de palabras comienza la
novela, esta historia que llega a nosotros a través de personas interpuestas
que la van descubriendo y nos la van narrando.
La historia de Jorge García Vallejo. Su
padre era un artillero de Getafe que el día 18 de julio se puso de parte de los
sublevados y desde el cuartel de Artillería de Getafe (hoy universidad Carlos
III) bombardeó la base aérea de Getafe. (Lorenzo Silva reside en Getafe)
Sofocada la revuelta, el padre es
detenido para posteriormente en una saca, ser ejecutado. Eso hace que su hijo
crezca con un visceral anticomunismo que le lleva a apuntarse aún sin tener
edad, para combatir a los diablos rojos en la División Azul. Es el comienzo de
un viaje hasta el fondo del horror, que le llevará a defender las últimas
posiciones nazis frente a la invasión rusa.
NIÑOS
FEROCES
Mucha valentía se requiere para escribir
una novela cuyo protagonista es un joven español que se apunta voluntariamente
a la División Azul para combatir a Rusia en la Segunda Guerra Civil. Y no lo
hace como muchos otros lo hicieron como manera de borrar sus “pecados” pasados
o los de su familia para poder sobrevivir, sino por convencimiento. Un joven
que una vez disuelta la División Azul, no retornó a España sino que
voluntariamente siguió defendiendo hasta el último momento a Hitler, hasta la
caída final de Berlín y el suicidio de Hitler.
Con La flaqueza del bolchevique la mayor
dificultad que tuve fue la de empatizar con el protagonista. ¿Tengo aquí que identificarme con un cachorro facha,
anticomunista furioso y radical?
Ese es el gran secreto de este libro,
que consigue interesarnos de la primera a la última
página sin que tengamos necesidad de empatizar con dicho protagonista. Nos expone
unos hechos muy desconocidos para la mayoría de los españoles, sin juzgar a su
protagonista. Pero no sólo es que no lo juzgue él, sino que consigue que yo
como lector tampoco lo juzgue, pero pueda llegar a entenderlo.
Contribuye a ello sin duda que la historia esté planteada de un modo original: Se trata de la
escritura que un joven hace de un libro en el que se narra la historia de un
antiguo combatiente de la División Azul. Hay pues dos planos, ambos muy
interesantes: la historia de una guerra y la historia de la creación literaria.
Hace muchísimos años, tantos que no
recuerdo cuántos, leí un libro cuyo título y autor no vienen a mi memoria sobre
un combatiente español en la División Azul y sus posteriores penurias tras ser
hecho prisionero por los rusos. Tenía un mucho de Hazañas Bélicas con exaltación
del valor español y seguramente si lo leyera ahora, despediría un tufillo
fascista que tumbaría al forense más resistente a los malos olores.
Nada más lejos de lo que encontrarás en
este libro, que de batallitas las justas y precisas y sin entrar en detalles en
las mismas, porque no es su pretensión. Más bien lo que pretende y consigue Lorenzo Silva es escribir un alegato contra todas
las guerras,
no contra el ejército, sino contra la guerra en sí.
Porque para empezar, estamos en guerra.
«No estamos en paz sino en retaguardia, que es cosa bien distinta». (Página 104)
¿O de qué otra forma puede llamarse a lo
que están sufriendo nuestros soldados en Afganistán, día si y día también
defendiéndose de los disparos talibanes?
«Lo que ocurre es que hemos aprendido a subcontratarla, la guerra, igual que les subcontratamos la fabricación de todo a los chinos. _hora las balas de nuestra guerra as disparan y reciben los sudacas_ _a sean los que enrolamos en nuestro ejército o los que pesca el tío Sam para nutrir sus batallones de marines, en ambos casos bajo la promesa de un permiso de residencia que les permita mojar en la salsa de nuestra prosperidad». (Página 104)
Porque todas las guerras son lo mismo. Y
si no, basta con ver el paralelismo que encuentra entre la División Azul y las tropas
españolas destinadas en Afganistán:
«También es una fuerza expedicionaria en una guerra lejana. Y también, como la División Azul, sirve para cubrir un expediente sin aportar más de la cuenta. El gobierno que los ha enviado, como hizo Franco, busca nadar y guardar la ropa. Se trata de estar allí, sin dar la impresión de que se está más de lo conveniente». (Página 134)
Sin entrar en más detalles, el libro nos
muestra algunos datos de la intervención armada de España en Afganistán, con
historias del duro día a día que no salen en la prensa española, en la que
únicamente se reflejan los muertos y heridos ante la sorpresa general, pues
vivimos en la convicción de que nuestros militares están allí poco menos que de
picnic o guardias de tráfico, nada más lejos de la realidad.
Para entender mejor por dónde van los
tiros de este libro, basta con leer la cita que nos regala al principio del
mismo:
«La guerra debería ser un deporte reservado únicamente a los hombres de más de cuarenta y cinco años, a los Josés y no a los Davides. Sí, querido papá, ¡qué orgulloso me siento de que sirvas a tu país como un valiente caballero dispuesto a realizar el sacrificio supremo!» (ROBERT GRAVES, Adiós a todo eso)
De eso trata en el fondo el libro, de cómo los niños corren alegres y presurosos a la llamada de la
guerra.
Tengo grabada en la memoria aquella escena de Lo que el viento se llevó en que los
jóvenes gritaban alborozados porque había estallado la guerra. Y correrán al
encuentro de la muerte contentos y alborozados, como si de un juego se tratase.
Hasta que se dan cuenta de que la guerra es cualquier cosa menos un juego para
los niños.
«Todos estos años he seguido acordándome de los niños. Y los he visto en la televisión, en las guerras de ahora. A los de doce y a los de veinte. A los que van sin uniforme y a los que los llevan_. Incluso a los nuestros de ahora mismo, esos pobres que vuelven muertos o sin piernas de Afganistán sin que a nadie le importe un pimiento. Quiero decirte que ahora sé que mi vida es un ejemplo de lo que no debe ser. De cómo los hombres, en vez de dar la cara, se sirven de quienes aun no lo son. Y que al lado de eso, lo que pudiera defender, justo o injusto, es insignificante. No se ya si defendíamos Europa, si luchamos contra los malos como te dije entonces, o si éramos nosotros el mal y nada más que el mal. Lo que sé es que éramos niños y que nos matábamos, y que eso es una vergüenza, y más vergüenza es que pasen los años y los niños sigan matándose». (Página 374)
«Tiendo a pensar que unos y otros, los hombres ambiciosos y los niños feroces, son, en definitiva, dos de los más poderosos instrumentos del mal sobre la tierra». (Página 384)
Paralela a la historia de los hechos
militares, transcurre otra acción totalmente distinta: la elaboración de una novela sobre los mismo'. Es como si el
autor hubiese redactado un libro sobre consejos
para escribir una novela.
No tuve ninguna dificultad en identificarme
con este Lázaro, un chaval de veintitrés años que comienza diciéndonos:
«Admito mi culpa y la expongo al escarnio general: nací en una casa con cinco mil libros u me leí una buena parte. Aún hoy, me leo entre tres y cuatro libros por semana, unos veinte al mes y más de doscientos al año. (…) Sí, lo sé. Soy un tarado, una aberración de la naturaleza, un anormal». (Página 17)
No llego a tanto, apenas una tercera
parte, pero tampoco está mal.
Junto a la lectura, su gran pasión desde
pequeño es escribir (¿por qué casi siempre terminan uniéndose las dos
pasiones?) Pero es consciente de sus limitaciones, pues apenas consigue
desarrollar una idea más allá de las doce páginas, o sea, escribir una novela
está totalmente fuera de su alcance.
Por eso se apunta a unos talleres de
narrativa que van a cambiar su vida, pues su profesor le va a hacer un gran
regalo: le va a regalar una historia. Esa es la gran
dificultad de Lázaro, encontrar una historia que le motive para escribir más
allá de esas doce páginas que se levantan ante él como una barrera
infranqueable.
«La historia no se le ocurre a uno. Se las encuentra». (Página 24)
Y esa historia va a ser la de Jorge
García Vallejo un soldado español en la División Azul. Una historia que a su
profesor le llegó cuando era joven una tarde en el parque:
«Y el viejo empieza a hablar. Y el relato sigue durante varias mañanas más. Y el joven escucha y lo graba en su memoria. Y veinte años después, cuando ya no es joven, se lo cuenta a otro. Completo, como el viejo quiso. Así lo reproduzco: desde el principio». (Página 56)
OPINIÓN
PERSONAL
He quedado impactado por esta novela.
¿Novela? Bueno, de alguna manera hay que llamarla, pero tiene un estilo
totalmente diferente a todo lo que he podido leer hasta ahora, porque la
historia no la conoceremos en una versión redactada como tal, sino casi como
los apuntes que Lázaro va tomando en su conocimiento del personaje, Un
conocimiento que va siendo dosificado por su profesor, según va haciéndole
avanzar en el cariño hacia la historia que nos narra.
Una historia que en principio podría
repelernos, nada menos que la historia de un anticomunista convencido, pero que
sin embargo está contada con tal habilidad que el autor consigue que conozcamos
los hechos y a su personaje sin juzgarlo, sin entrar directamente en un juicio
de valores que descalifique al hombre.
¿Al hombre? Porque en
realidad es uno de esos niños de la guerra manipulados para servir a unos
intereses que en realidad no son los suyos.
Un alegato
contra la guerra,
contra todas las guerras. Una visión de un pedazo de nuestra historia, pasada y
actual sobre la que parece que se ha querido echar un tupido velo.
Una historia que consigue transmitirnos
todo el horror y el impacto emocional que sobre el alma de un hombre tiene la
presencia constante de la muerte
«No puedes sentir la muerte rondándote como yo la sentí con aquellas explosiones que te hacían retemblar por dentro y que deshicieron en una papilla de carne y huesos a más de un camarada, y seguir siendo el mismo». (Página 197)
No todo es cal, que algo de arena hay
también (alguna nos pone en su página web el autor). A mí no termina de
convencerme esa figura del profesor, siempre dos pasos por delante del alumno,
casi un dios del engreimiento.
Lectura facilitada por la Biblioteca Municipal de Móstoles.
VALORACIÓN: 8/10
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¡Excelente reseña! ¿Esta novela se puede encontrar en librerías?
ResponderEliminarEn Casa del libro está disponible
EliminarEste lo tengo pendiente en la estantería!
ResponderEliminarBesotes