El balcón en invierno
Luis Landero
FICHA
TÉCNICA
Título: El
balcón en invierno
Autor: Luis
Landero
Editorial: Tusquets, 2014
Encuadernación: Tapa blanda
Páginas: 245
LUIS LANDERO
Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) fue profesor de
literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y profesor invitado en la
Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa), novela a la
que siguieron Caballeros
de fortuna, El
mágico aprendiz, El
guitarrista, Hoy, Júpiter, Retrato de un hombre inmaduro, Absolución, El
balcón en invierno (Premio Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid y Premio Dulce
Chacón) y La vida
negociable.
Ha escrito
además el ensayo literario Entre
líneas: el cuento o la vida, y ha agrupado
sus piezas cortas en ¿Cómo
le corto el pelo, caballero?
ARGUMENTO de EL BALCÓN EN INVIERNO
Asomado al balcón de su casa, esa
frontera invisible entre el interior de la misma y el exterior de la calle, el
autor reflexiona sobre la novela que está intentando escribir y que no termina
de convencerle.
El balcón como metáfora entre el mundo y
la vida interior, y el exterior o abrirnos a lo que nos rodea:
«Entonces sentí, pero con una intensidad nueva y juvenil, lo que ha he sentido otras veces, que la vida no está aquí, sentado ante un atril en la soledad del cuarto y rodeado de libros y papeles, sino ahí afuera, en el bicherío de la calle, en la efervescencia de lo público, en la prontitud de la acción, en el limpio y humilde batallar de los días». (Página 25)
Decide entonces mirar en su interior
para contarnos cómo un niño de campo que se crio sin tener un solo libro, ha
llegado a convertirse en escritor. Un retorno nostálgico a su infancia.
EL BALCÓN EN INVIERNO
El balcón en invierno es en primer
lugar, la autobiografía de Luis Landero:
«¿Por qué te ha dado últimamente por preguntar tanto? Le dije que estaba escribiendo un libro sobre la vida de todos nosotros. Con lo mentiroso que has sido siempre, habrá que ver lo que cuentas ahí.No, esta vez no hay mentiras. Es un libro donde todo lo que se dice es verdad». (Página 212)
Aunque no va a narrarnos su vida
completa, sino que va a centrarse fundamentalmente en su infancia y juventud,
en aquello que le llevó de un niño de pueblo que no tenía libros, a un
escritor:
«Sí, es absurdo, y aún más porque la tuya fue una niñez sin libros. Todos en tu familia, sin excepción eran campesinos. Tus padres, tus abuelos, tus tíos y hasta tus parientes más lejanos. Todos, Labradores, como se decía entonces para diferenciarlos de los grandes propietarios y de los jornaleros». (Página 43)
Una novela que por tanto lleva al autor
de hablar de literatura, de lo que para él es y supone el proceso creativo:
«Inventar, estructurar, me resulta fácil y divertido, casi un juego de niños, y ojalá que la literatura consistiera únicamente en eso, pero escribir ya es otro cantar. Escribir es lo más creativo, lo más gozoso, el soplo que da vida a las figuras aún inertes, lo que sería en el cine poner la cámara en acción o tomar sus pinceles el pintor tras algunos bocetos, pero también es lo más delicado y lo más arduo». (Página 21)
Nos hablará pues de qué supone para su
vida la literatura:
«La propia escritura, a la que tanto quiero y temo, y la soledad y el amor innegociable a la libertad que este oficio requiere, me hacen a menudo fuerte, orgulloso, soberano y feliz. Señor de mi mismo. Mendigo que al tomar la pluma –varita mágica- despierta hecho rey, como en los cuentos populares». (Página 22)
Una vida que al final ha terminado
dependiendo de la escritura como experiencia vital:
«Porque, si abandonas la novela, me dije, ¿qué haces? Es decir, ¿qué escribes? Porque no sabes vivir sin escribir. No sabes». (Página 26)
Una biografía que nos lleva desde su
pequeño pueblo a los extrarradios de Madrid, concretamente al barrio de la Prosperidad:
«Entonces Madrid acababa como quien dice allí, en el barrio de la Prosperidad. Más allá, hacia el aeropuerto de Barajas, había edificios aislados, algunas casas pequeñas y pueblerinas, merenderos con emparrados y el juego de la rana en la puerta, descampados, montones de basura y de ripio, terraplenes, campos de fútbol de tierra, cuevas donde vivían familias de gitanos». (Página 31)
Lo que probablemente más me ha llamado
la atención del libro, es que El balcón en invierno es una novela que hay que leer
con los sentidos:
«Fuera de eso (algún episodio excepcional), y salvo que se escriba, porque lo que no se escribe se pierde sin remedio, recordamos si acaso un olor, un sabor, un gesto, un rostro, la pesadumbre de una lejana tarde de lluvia, y a menudo queda tan solo una sensación casi inefable, una sensación que es la experiencia destilada en el alma y hecha ya sentimiento». (Página 116)
De un modo especial, es una novela que
nos “obliga” a pensar en olores. En cierto modo, salvando las enormes
distancias que hay entre ellas, me recordó a algunos pasajes de El perfume, que más que
leerlos hay que olerlos
«Quiero acordarme y me acuerdo, pero no consigo llegar al fondo de aquel olor inolvidable. Olía a gaseosa, a cerveza y a vino a granel, a boquerones en vinagre, a gente abrigada y acatarrada, a carbonerías y a vaquerías, a zaguanes y a orines de gato, a pobres hervores de cocina, a caramelos medicinales, a ambientador barato de cine...» (Página 57)
No es una novela que haga crítica
política ni social. No solo porque no le interesa ese tema al autor en sus
recuerdos, sino porque por otra parte no era esa su experiencia de la niñez y
la adolescencia, época a la que nos lleva la novela. Su día a día y sus
preocupaciones no pasaban precisamente por la existencia o no de una dictadura
de la que sí era consciente:
«¿No te gustaría ser jefe, ir a trabajar en coche?Pero yo odiaba a los jefes, y por lo mismo odiaba todos los trabajos porque en todos los trabajos había jefes. Yo sabía, sí, que vivíamos en una dictadura, pero a mí aquel dictador me parecía inofensivo e irreal al lado de los dictadores que había tenido que sufrir y sufría cada día: mi padre, los capataces, los oficiales, algunos profesores». (Página 81)
Lo cual no quita para que, en un momento
dado, con sus recuerdos vívidos de la llegada de un pequeño pueblo a una gran
capital en la que se desmoronó todo lo que de grande pensaba que había en su
pueblo, no aproveche para lanzar un serio pullazo a los que no saben mirar más
allá del ombligo de su pequeño espacio territorial:
«Quizá por esos tú comprendes bien el sentimiento infantil de ciertos nacionalismos, capaces de sublimar su aldea hasta convertirla también en el centro del mundo, y sus cosas en excluyentes y absolutas». (Página 74)
El balcón en invierno es sobre todo una
mirada cargada de nostalgia al pasado. Una mirada a un mundo rural tan distinto
del de la capital en la que vive ahora. Una mirada en la que es consciente de
que él ha cambiado y ya no puede mirar las cosas como cuando era un niño y
vivía inmerso en aquel ambiente:
«Más tarde comprendí que los campesinos, como también les ocurre a los niños, no saben lo que es la belleza campestre. Donde otros ven un paisaje, ellos solo ven un sembrado, una dehesa, un erial bueno para cabras, un cerro o un barbecho. No se han parado a contemplar la naturaleza, sino que viven revueltos, confundidos con ella». (página 182)
Una novela en la que cumple con las
costumbres de su familia de hablar y hablar. Eso sí, por escrito y muy bien
contado, que para algo Luis Landero ha sustituido la charla oral por la palabra
escrita:
«En mi familia todos somos muy habladores, y algunos algo charlatanes, aunque con largas y malhumoradas rachas de silencio. Nos gusta mucho hablar, casi más que vivir. Y siempre le damos mil y mil vueltas a las cosas». (página 161)
IMPRESIÓN
PERSONAL
El balcón en invierno es la primera
novela que leo de Luis Landero. Y todo gracias a la Biblioteca Municipal
de Móstoles que eligió esta novela para el Club de Lectura de febrero.
Cuando en una novela subrayo mucho (en
realidad no subrayo sino que pongo pósit) es en general muy buena señal. Y lo
cierto es que esta novela, pese a ser corta, ha acabado hasta arriba de ellos,
tantas y tantas eran las cosas que me llamaban la atención de ella.
Una novela que, pese a que no tiene
intriga se lee con suma rapidez y facilidad, sin duda gracias al lenguaje
empleado por el autor, muy rico por otra parte en sustantivos.
Un ejercicio de
nostalgia
sin estridencias, sin grandes sucesos o acontecimientos, que me ha arrastrado a
mí hacia olores y recuerdos del pasado, por más que nada tengan que ver con los
del autor.
Una novela en fin, muy recomendable para
hacer un breve alto en nuestro camino y seguir luego adelante.
Lectura facilitada por la Biblioteca
Municipal de Móstoles
Me atrae muchísimo, me recuerda en algo a La Melodía del tiempo de Perales...decididamente tengo que hacerme con él.
ResponderEliminarUn beso.
Precisamente hace un rato he leído la magnífica entrevista que Marisa le ha hecho al autor. Un autor con el que no me he estrenado aún, y entre los dos me habéis convencido para ponerle remedio.
ResponderEliminarBesotes!!!
Muchisimas gracias por tu completa reseña, ha hecho que me pique la curiosidad tanto por el autor como por su novela. Me la apunto.
ResponderEliminarPor cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita
Me encanta Landero.
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